miércoles, 10 de marzo de 2010

La banca



Esa tarde no te encontré en la banca donde habíamos acordado encontrarnos. A los pocos segundos me di cuenta que no vendrías, sin embargo esperé hasta que el sol se aburrió de alumbrar. A las horas me enteré que te habías ido lejos, más lejos que el tiempo y que el agua.

Al día siguiente decidí esperarte otra vez, lo hice entre cafés y cigarrillos, con las piernas cruzadas (como lo hace la gente elegante), pero tampoco llegaste.

Así estuve unos meses. Creció mi barba y mis esperanzas de volver a verte, pero no llegabas, la gente me recomendaba volver a enamorarme. Y yo solo atinaba a responderles que lo hacía a diario, solo que de la misma mujer.

Pasó todo, la gente, los carros, los cafés, los niños, el tiempo, los cigarrillos, más tiempo, más gente, paso gente, mucha gente y pasó la vida y se sentó conmigo.

Ella no se sienta de manera elegante y no le gustan las parafernalias, en fin, yo la vi muy descomplicada. Traía una gorra puesta hacia atrás me pidió un cigarrillo, yo le regalé dos y un poco de fuego. Al instante me miró y preguntó

- ¿Por qué esperaste tanto tiempo a esa mujer, si sabías que no volvería?

Solo le respondí que no había pasado mucho tiempo, lo único que había pasado eran litros de café, algunos paquetes de cigarrillos, centenares de autos y miles de soles aburridos de alumbrar siempre lo mismo.

Se acomodó la gorra, y se puso las manos en la nuca, arrugó la boca y miro hacía el frente donde estaba la entrada del cementerio central de la ciudad y me dijo:

- Ya es hora que te levantes de esta banca, en 5 minutos llega otro hombre que fue citado aquí, uno paciente igual que tu. Es mejor que esperes allá al frente, de aquel lado el sol no molesta tanto como acá.

Me levanté, recogí el paquete de cigarrillos que ya estaba casi vacio y atravesé la calle lentamente como queriendo no cruzar. Al llegar al otro lado no había espacio para mí en ninguna banca. Todos los que estaban sentados tenían caras largas, algunos lloraban en silencio y otros solo se lamentaban. Volví la vista atrás y aún estaba la vida con su gorra hacía atrás y sus tenis sucios, me encogí de hombros y le pregunté qué debía hacer.

Ella miro la calle, extendió su brazo sobre ella y dijo:

- Allá al final, donde todo se hace pequeño hay cosas interesantes, allá puedes seguir esperando.

Le agradecí elevando la mano y ofreciéndole un saludo militar. Me acomodé el jean, encendí un cigarrillo y empecé a caminar. Cuando llevaba cuatro esquinas y el cigarrillo era casi una colilla, vi a una mujer de cabello castaño, de senos generosos y llenos de vida, piernas color canela, grandes y bien formadas; Su cabello estaba sujetado de un moño muy bien hecho, así como los que las mamás acostumbran hacerle a las niñas.

Ella tenía una caja de cigarrillos en una de sus piernas comestibles, yo me había terminado de fumar el último mío. Me acerqué a pedirle uno, ella fumaba un cigarrillo que no me llamaba mucho la atención por su fuerte sabor a menta, pero si venía de sus manos tenía que saber a gloria.

Cuando estaba a menos de un metro le dije.

- Señorita disculpe me regalaría usted uno de sus cigarrillos mentolados.

- Solo si se lo fuma aquí conmigo y señaló el espacio de la banca que estaba libre. Respondió con cara de exigencia.

- Tranquila, no llevo prisa, solo un poco de sed. Respondí mirándola a los ojos.

- Aquí tengo gaseosa, si quieres te la puedes tomar.

- Si me llevo la gaseosa me la debo llevar a usted también, no puedo dejarla sola, y menos sin gaseosa. Contesté galantemente.

- Está bien quédate un rato más y me acompañas mientras decido irme. Dijo antes de fumar su cigarrillo.

- Bueno. Respondí mirando un cuarto de su rostro, pues un mechón largo de cabello lo tapaba.

Habían pasado unas cinco horas o creo que fueron 10 días, quizás fueron 25 años. La verdad no se cuánto tiempo había pasado, ni cuantos cigarrillos habíamos fumado, no tengo idea de los niños que nos habían mirado. Pero ahora el tiempo era lo que menos me importaba y creo que a ella tampoco, porque solo se levantaba para acomodarse el bendito escote o bajarse la mini falda.

Después de que tuve conciencia de que no podía contar el tiempo mientras estaba con ella, decidí eliminarlo de mi vida, mi reloj, uno baratito, fue a parar en un jardín cercano. Luego del lanzamiento, (uno de esos estilo tres puntos en basquetbol) seguí hablando con la hermosa mujer que no hacia nada más que reírse y hablar.

Hablábamos tanto que tomábamos descansos, nos prestábamos los hombros para dormir, ella cantaba música de Fito Paéz y yo hacía los coros, comíamos helados, hacíamos caras y nunca parábamos de reír.

Todo pasó. Más autos, más cigarrillos, centenares de botellas de gaseosa, paquetes de papitas fritas, sobres de dulces. Todo pasó, hasta la vida pasó.

Con la misma gorra hacía atrás y sus jeans como descaderados, ajustados en la mitad de las nalgas. Me miró y dijo.

- Pensé que seguirías avanzando y mira, te volviste a sentar a esperar.

- No estoy esperando, solo descanso un poco, porque cuando me levante a caminar lo haré con ella, y no frenaré sino cuando lleguemos a la banca donde me encontraste tirado. Allí yo la acompañaré a las bancas de enfrente o ella me acompañará a mí. Respondí.

La vida sonrió y cerró los ojos como en desaprobación y luego me dijo,

- Entonces nos vemos en el camino o en una próxima banca, ahhh!! y el que ocupó tu puesto me preguntó si hacía bien en esperar, pero como no tenía cigarrillos no le contesté.

5 comentarios:

V dijo...

¡Genial! Es así. Nos pasamos la vida sentados en bancas... hasta que llega la misma vida a movernos, para que podamos ver cuántas bancas más hay en el camino.

Daniel Bacca dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Daniel Bacca dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Daniel Bacca dijo...

A lo bello de lo catarquico, Cerrando ciclos, escribiendo nuevas historias...

Princesa de Un Cuento Infinito dijo...

Excelente.. Nunca me detuve a leerte increible que no me haya fijado bien.